Atocha, más que una estación de tren
“Yo me bajo en Atocha” es una canción de Joaquín Sabina que sacaba en el año 1998. Ya llovió mucho desde entonces y más desde que él llegara de su Jaén natal a la capital para dedicarse a la música, con la Mandrágora primero y luego en solitario.
El caso es que Atocha siempre ha sido uno de los lugares más importantes de Madrid. Frente al Ministerio de Agricultura, la estación, año a año, no sólo es un lugar de paso sino también un sitio que visitar, al que llegar un poquito antes y detenerse a mirar ese estupendo jardín y sus tortugas.
La estación de Atocha se construyó entre 1889 y 1892. En ese momento la ciudad ya contaba con otras dos estaciones, la estación de Delicias, muy próxima, y la estación del Norte – ya conocida como Príncipe Pío -.
Se trata de un edificio que representa por fuera la forma de una nave invertida y, por ello, consigue una gran amplitud interior. En su construcción, se ve la huella de la influencia belga, ya que parte del proyecto se haría en ese país. La parte del desarrollo corrió a cargo de Alberto de Palacio y Elissague, el mismo que diseñó el Palacio de Cristal o el Puente Colgante en Vizcaya.
Para 1992, con la llegada del tren de alta velocidad fomentado por la Exposición Universal de Sevilla, se llevaron a cabo algunas remodelaciones que corrieron a cargo de Rafael Moneo, arquitecto conocido también por el Kursaal de San Sebastián.
El jardín tropical también se inauguró aquel año y no es baladí, porque consta de 4000 m2 con más de 700 plantas de más de 250 especiales distintas venidas de lugares de América, Australia y Asia. Las tortugas, sin embargo, no estaban proyectadas, pero sí algunas plantas marinas. Aun y así, algunas familias soltaron allí a sus mascotas y ya se han convertido también en todo un icono.
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